viernes, 18 de noviembre de 2011

Es muy fácil sentirse incomprendido, sentir que nadie puede entender los problemas por los que nos vemos enredados. Hagamos lo que hagamos, decidamos lo que decidamos... Siempre va a haber una persona que cuestione nuestras acciones, que nos haga sentir completamente fuera de lugar. A veces es difícil hacer oídos sordos a estos comentarios pero ¿Qué importa? Lo que en verdad nos tienen que preocupar son nuestros sentimientos, lo que nosotros elegimos y lo que decidimos seguir eligiendo. Si hicimos, dijimos o pensamos algo fue por nuestra propia decisión y los demás no tienen el derecho a cuestionarnos.

Hay personas que al enterarse de algo dan sus propios puntos de vista pero… ¿Y si esos puntos de vista nos terminan lastimando en vez de ayudarnos? Algunas veces cuando pedimos un consejo o una opinión los demás no hacen más que revelar sus propios pensamientos, sus maneras de actuar frente a una situación. No todos somos iguales y no todos vamos a reaccionar o a tratar las circunstancias de la misma manera pero, por eso mismo, uno tiene que saber medir sus propias palabras. Hay que saber entender cuando uno es juzgado y porque, o cuando uno mismo juzga. Uno no trata de taparle los ojos a otra persona, mucho menos de cegarla. Uno no trata de herir los sentimientos del otro, más aun si es un familiar o un amigo. Simplemente es lo obvio, todos somos diferentes y captamos las cosas de maneras distintas. La gente cuando dice las cosas no mide sus palabras, solo se deja guiar por su mente y por lo que le parece que debe decir. La verdad es que no piensan en lastimar al otro- al menos en la mayoría de los casos-, lo que esperan es hacerle algún tipo de bien. Porque, como ya mencione antes, cada uno tiene su punto de vista de la situación y para cada persona su manera de ver las cosas es la manera correcta.

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