A veces pienso que estoy enloqueciendo, siento tantas cosas que me es imposible diferenciarlas. Por momentos creo que lo sé todo y luego ya no sé nada. Un día me siento la más afortunada del mundo y al otro vuelvo a compararme con un pañuelo descartable. Todo para llegar a la conclusión de que la adolescencia es para disfrutar y no para pensar.
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